domingo, 17 de mayo de 2009

Restaurante Hacienda Real (otra vez)

Recientemente volví a visitar el restaurante Hacienda Real que está en Condado Concepción. Era temprano y estaba vacío. Creo que es la primera vez que voy desde que está prohibido fumar en todo lugar cerrado, por lo que me senté vez cerca de la fuente, que anteriormente era el área de no fumar. Esto me permitió ver de cerca las antigüedades falsas, que son bastante convincentes, unos caballos de madera que pretenden ser juguetes antiguos. Me parecieron bien hechas.

Ordené una tilapia a la parrilla, después de confirmar que la servían entera. Tener un animal completo cocinado frente a mí es una experiencia significativa, aunque sea un pescado. Es un sentimiento atávico: ver cómo puede ser de suculento un ave, un pescado o un mamífero que hace unas pocas horas habitaba junto a nosotros en el mundo de los vivos. Ver el animal horneado me recuerda lo sagrados que son los alimentos, y que con cada mordida le quitamos la vida a otro ser para continuar con la nuestra. Mi gratitud con estos animales, y con las personas que me ahorran verlo a los ojos por última vez. Todos los seres vivos seremos algún día el almuerzo de otro. Es nuestra harta obligación, por lo tanto, disfrutar la comida al máximo, pues literalmente, estamos matando por ella.

Cocinar un pescado a la parrilla me parece de las técnicas más interesantes, pues por lo delicado de su piel y su carne, se puede desbaratar el animal completo. En La Hacienda Real parece que todavía no han dominado esta técnica. O tal vez tuve yo mala suerte. El asunto es que me llevaron mi tilapia sin piel de un lado completo, y sin un ojo. Los ojos son lo primero que yo como en un pescado. La gelatina me indica la frescura del plato. También es la parte del pescado que se disfruta más a alta temperatura. Por eso, que me traigan un pescado sin un ojo, es bastante decepcionante.

La piel es también muy importante en un pescado, pues aporta una textura y aceitocidad adicional a la carne, normalmente magra y suave. Seguramente se les quedó pegada la piel y el ojo en la parrilla. La pedí acompañada de guacamol, que no estaba bien preparado tampoco. Le habrán puesto un limón viejo seguramente. El resto del pescado estaba bien. Aromatizado por el carbón, suave y jugoso.

De postre pedí un tiramisú. Agrio y reseco. Me arrepentí inmediatamente. Una lástima.

Como ya he dicho en mi anterior reseña, el servicio y el ambiente son bastante buenos. La comida es buena también, pues preparar un buen asado no es ninguna ciencia, sino depende más bien de la calidad de los ingredientes, sobre todo de la carne. Sin embargo, al poner a prueba la parrilla con un poquito más de dificultad (cocinar una tilapia requiere un poco más de destreza que un puyazo) el restaurante no pasó la prueba. Y en cuanto al postre, se me hace que tienen algún proveedor externo de pasteles, y me tocó uno que ya llevaba tiempo de estar en la refri. Doble mala suerte. Calificación: dos lenguas y media :P :P :p

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