viernes, 8 de junio de 2012

Creo que hace falta un espectógrafo de masas para determinar la composicón de la salchicha de los shucos del Liceo Guateala y otros rincones, donde apurados comensales adquieren estos mágicos hotdogs tan característicamente chapines. Un día, caminando por una calle en Washington DC me encontré con un camión de bocadillos, equivalentes estadounidenses de nuestras carretas de shucos, que vendía "Lobster Rolls", que en dialecto chaín podría ser traducido como "shuco de langosta". Acababa yo de complacerme con una comida callejera de "butter chicken", un platillo indio, cremoso y aromático acompañado de arroz blanco, garbanzos y unas hierbas verdes guisadas, muy curiosas, cuyo nombre algún día averiguaré. No estaba entonces, en condiciones de comerme el tal Lobster Roll Me quedé con las ganas, y finalmente, una húmeda tarde de mayo, luego de visitar el Air and Space Museum, decidí que, de una manera u otra, debía almorzar langosta. Los alrededores de los museos no son los más amigables para encontrar restaruantes interesantes, y los puestos de terrible comida rápida para turistas acechan en cada esquina. Finalmente, caminando hacia China Town, me decidí a entrar al restaurante "Legal" que se jacta de servir mariscos frescos, traídos diariamente de Boston, o de no se qué lugar. Me alegré mucho cuando vi en el menú el "Lobster Roll" aunque fuera 50% más caro que el reputado roll callejero. De atmósfera agradable y con excelente servicio, Legal me proveyo del esperado platillo, que llegó a mi mesa acompañado de papas fritas y una ensaladilla de repollo. Agarré el generoso pan con langosta, que se veía indiscutiblemente fresca y apetitosa, y cuando lo mordí, extrañé las complejas preparaciones de mariscos -y hotdgos- de nuestras tierras tropicales. La langosta estaba muy bien, pero sin aromas que realzaran su sabor. A penas una ligerísima mayonesa trataba en vano de darle algo de gracia a la alangosta, que descansaba sobre una inconspicua hoja de lechuga que la recibía en el interior del panecillo inglés. La amable mesera me preguntó si todo estaba bien, a lo que contesté que necesitaría lima o limón para realzar el sabor de la langosta. "Lima o limón?" me preguntó, a lo que respondí "lima", que es la fruta a la que nosotros llamamos limón. Me llevó un limón verde más viejo que el frío, y para disimularlo, lo acompañó de un limón amarillo más fresco, que es el que aquí llaman propiamente "lemon". Al final de cuentas, tuve que tratar la langosta con sal, mantequilla y jugo de limon verde y amarillo para encontrarla interesante. Una refrescante sangría blanca, hecha con Santa Rita Sauvignon Blanc, me ayudó a lidiar con la situación. Finalmente recuperé mi optimismo con un "chocolate cake", un budín espeso, muy serio y grave, de chocolate obscuro, acompañado de una cómica y jugosa galletita de coco. La mesera me llevó una crema de menta para terminar, junto con mi cuenta, y me dijo que esperaba verme en mi próxima visita. Quién sabe cuántos años pasarán ates de que eso suceda, pero al menos, ¡ya sé qué me espera si pido un Lobster Roll! Restaruante Legal, calificación: tres lenguas y media :P :P :P :p

jueves, 10 de mayo de 2012

Las Carnes

Correcto, me volvieron a engañar con el ossobuco, o mejor dicho, volví a tropezar con la misma piedra. Al fin entendí que aquí le llaman ossobuco al que realmente no lo es. En los distintos restaurantes donde he pedido "ossobuco" me han servido una pieza que aquí (y en los Cebollines en Guatemala) le llaman originalmente
"chamorro" que también consiste en la pata del animal,pero de una localización distinta y sin el corte transversal del original ossobuco. Este lo pedí en el restaurante Lucca, en la colonia Polanco. Estaba esquisitamente braseado con vino tinto, de tal manera que sus seductores aromas me llevaron a interrumpir la discusión en escalada que estaba teniendo con el mesero sobre si el corte era ossobuco o no. Por algunas semanas visité frecuentemente un lugar donde me pareció que la carne era extraordinaria: Quebracho. Hay varios de estos locales en la ciudad, pero yo me dedicaba a visitar el que está en la colonia Cuauhtemoc. Un colega abogado me llevó a conocerlo, y la atmósfera ventilada y la buena carne me convencieron de seguirlo visitando, hasta que un día me sirvieron un asado de tira tan malo, pero tan malo, que decidí no regresar.
El de la foto fue un asado de tira decente, que junto con el corte de churrasco y la entraña, me tenían bien convencido. Pero en mi última visita me sirvieron el asado, no sólo en un plato común y corriente, a diferencia del de la fotografía que está en plancha caliente, de carne dura y reseca, por lo que apenas después de dos bocados, la regresé y pedí mi cuenta. De la cólera, me fui a comprar una orden de vegetales tempurizados en un restaurante japonés cercano. Ahora, puedo decir que el restaurante de carnes que me tiene mejor impresionado es La Mansión. También hay varios locales, pero yo visito el de la colonia Polanco. Sirven un corte de lomito marinado muy interesante, pues lo marinan y cocinan frente a la mesa del comensal, así como un soberbio T bone. Y de postre, unas crepas con cajeta ¡muy impresionantes!

domingo, 11 de marzo de 2012

Oso - buco en Monterrey




En un club privado en Monterrey, gracias a una amable invitación, pude exponerme a una presentación impactante de un ossobuco de ternera, durante un almuerzo más de placer que de negocios.

Nos entretuvieron con bocadillos, entre los que sobresalió un sencillo taquito de carne de cerdo, dando tiempo a que cualquier bebida embriagante nos desinhibiera para pedir sin recato, algún soberbio corte de carne, orgullo de la región, que ya señores no tan jóvenes evitamos cuando estamos en nuestros cinco sentidos.

Luego de los bocadillos, pedí una sopa, de alcachofas con foie gras, la que encontré aceitosa y demasiado perfumada. Y si me hubieran dicho que era de arvejas en lugar de alcachofas, lo hubiera creído sin mucho escepticismo.

Llegó entonces la oportunidad de ordenar el plato fuerte. Y me distraje de los pescados y otras opciones saludables cuando leí la palabra "ossobuco", que si no recuerdo mal, estaba descrito como "de ternera braseado en salsa de cerveza obscura". "¡Un ossobuco por favor!"...

Con una presentación regia, una guarnición de puré con destacado aroma de aceite de oliva, y una salsa obscura en discreta proporción, vinieron a mi memoria las palabras de Gimli: "roaring fires, malt beer, ripe meat off the bone!" muy desentonadas con la refinada atmósfera del club.

La carne era de excelente calidad, ligeramente aromática y gelatinosa, con múltiples texturas y colores. La salsa realzaba sutilmente el carácter de la carne, pero para mí, la cantidad de esa interesante salsa era insuficiente.

Una nota cómica: el "osso" no era "buco". El ossobuco tiene tal nombre por que en el centro del corte hay un hueso hueco, que permite comer el suculento tuétano. El hueso en el corte que me sirvieron era macizo, sin posibilidad alguna de encontrar tuétano.

¡El oso, lo hice yo al ponerme a tomarle fotos a la comida en medio del elegante club! (así o más naco) y ¡el "buco" me lo quedaron debiendo!

Cuatro lenguas para esta experiencia, y que conste que no estoy descontando la sopa como debería... :P :P :P :P

domingo, 26 de febrero de 2012

ya, meses...!



Llevo ya varios meses fuera de Guatemala por cuestiones de trabajo, y hoy que el domingo me pilla en el Restaurante Ivoire, frente al parque Lincoln en la Ciudad de México, ¡por fin me he dado un respiro para regresar a las andadas de bloguear!

Un omelette de huitlacoche y flor de calabaza, coronado un una hoja de nopal asada y ahogado en salsa verde, me da los buenos días en esta faraónica ciudad. El omelette, con más cebolla que hongos o flores, preso de la salsa comprensiblemente agria, estaba acompañado de unos frijoles "molidos", como les llaman aquí, y sosos.

La atmósfera de Ivoire es exquisita, sin embargo. Con una decoración que recuerda al sur de Francia y una encantadora vista a la fuente del parque, donde chuchos finos llegan a remojarse a la vista de sus orgullosos dueños.

Lo mejor que me tocó probar esta mañana fue el pan. Ah, y el café. Al tomar mi puesto, el mesero me presentó una canastona con panes dulces, de los que escogí un chocolatín, rollito hojaldrado relleno de chispas de un soberbio chocolate.

Complementé el desayuno con una mimosa, no tan buena como el jugo de toronja que pedí al final, perfumado y ligero.

Me decía un amigo de la Embajada de Guatemala en esta ciudad: "en México, a usted lo que no le pica, lo mata". Vamos a ver si me mata de veras...

Mientras decido si me embarco o no en escribir sobre mis experiencias gastronómicas en México, y termino de escuchar "What a Wonderful World" en versión de Rod Stewart, no puedo resistirme a la costumbre de calificar, en esta ocasión a Ivoire, ¡con tres lenguas! :P :P :P

Restaurante Ivoire
Emilio Castelar No. 95
Delegación Miguel Hidalgo
México DF

Y Los Comentarios

En esta Edad de la Información, no hay nada más valioso que el tiempo que lectores y lectoras reservan para echar un vistazo a este blog, y para dejar sus comentarios, a pesar de que ya no puedo darle el mismo mantenimiento de hace un par de años. Como siempre, ¡mi inmensa gratitud!

En un esfuerzo, a todas luces insuficientes, para reaccionar a sus amables mensajes, permítanme compartir las siguientes reacciones:

¿No creen ustedes que los dueños de restaurantes deberían ser los que más provecho sacan de que sus clientes se expresen, positiva o negativamente, de sus servicios? ¡El comerciante que sabe qué le gusta -y qué no- a sus clientes es el más próspero!

Por eso me sorprende que haya quienes reaccionen tan hepáticamente a las críticas. En la época de los blogs, twitter y facebook, toda la información es valiosa.

Efectivamente, yo publiqué mis reseñas alguna vez en la Prensa Libre, excelente espacio, que lamentablemente no pude continuar...¡aunque no es que me hayan pedido que me quedara, tampoco!

Cuando sea grande, espero poder hacer de los blogs y redes sociales, una fuente de ingresos decente. ¿Será esto posible?

Ahora que reviso sus amables comentarios después de tanto tiempo, veo que hay cordiales ofertas y sugerencias de visitar restaurantes y escribir sobre ellos. Mi ausencia del país me lo impide por el momento. Pero, ¿será que esperan que les haga buena publicidad? Si es ese el caso, ¿Vender mi opinión a quien quiera comprarla por dinero es una buena idea? Y si es así, ¿cuánto dinero valdrá mi vendida opinión?

domingo, 31 de julio de 2011

Visitas y comentarios

Hola, muchas gracias por seguir visitando este blog y comentando las reseñas a pesar de esta larga ausencia. El tiempo de todos ustedes es muy valioso, ustedes lo saben mejor que nadie, y que se tomen unos minutos para leerme, aconsejarme, felicitarme, o vituperarme, es un honor.

De mi ausencia, lo que les puedo decir es que felicito a quien prepara la salsa morena en el hospital El Pilar, sorprendentemente convincente, mejor que la que me han servido en muchos restaurantes...

Un incremento en actividades y ocupaciones, me ha dejado tan poco tiempo para explorar restaurantes y escribir, que finalmente empiezo a entender el valor del twitter! Por lo que consideraré abrir mi cuenta, si consigo un plan de datos a buen precio, para twittear cada observación culinaria en tiempo real.

Mientras le regateo a mi proveedor de señal de celular, trataré de seguir con el blog, en deuda con mis seguidores, y decenas de miles de visitantes, ¡buen provecho!

Restaurante Casa Carmela



Ubicado en la 10 calle 2-68 zona 10. Teléfono 24643500

En las antiguas instalaciones de lo que alguna vez fue el colegio Julio Verne, en la zona 10, hicieron una impresionante remodelación en una casona de aire señorial, que despierta la curiosidad por su distintivo estilo arquitectónico y accesible ubicación.

Lo bautizaron con un nombre más bien criollo, “Casa Carmela” y le dotaron, intencionalmente o no, de una atmósfera que encontré guapachosa y desenfadada, en gran contraste con la solemne fachada.

La iluminación natural del lugar, la clientela bulliciosa, y la apresurada atención de los meseros, no me indujeron a tomarme muy en serio el menú, en el cuál noté una familiaridad sorprendente: quesos fundidos, puyazo, lomito, entraña, ceviches... casi en broma le digo al mesero: “y yo que venía a probar los chiles en nogada...!” que no encontré, claro está, al igual que la cocina mexicana celosa y chauvinista que me esperaba.

Inicié mi comida con un plato de pulpo a la criolla, de chispeante gusto ácido con aroma de pimientos, acompañado de papas, sobre una hoja de plátano, que compartimos con mis hermanos comensales, ayudados de tortillas calientes y salsas variadas, dentro de las cuales destacaba una punzante salsa de chipotle.

Cediendo al clima despreocupado, mas no desatendido, de Casa Carmela, me consentí con una (tras otra) margarita frozen de tamarindo, excelentemente balanceadas, que me cayeron muy bien a la conciencia, por ser el tamarindo una planta medicinal...dicen que es bueno contra la ictericia y la lepra...

Mi plato fuerte fue un mole verde de pepita con cerdo, guarnecido con arroz. Más abundante de lo que me esperaba, el platillo consistía en tres, nada despreciables, trozos de carne, recubiertos por una salsa con aromas de semillas ahumadas y cilantro, decorado con pepitas de calabaza. Al cortar la primera pieza, noté que la carne estaba seca y recocida, y la salsa era pastosa y poco fluida. Definitivamente no me pareció el resultado de una cocina cuidadosa y delicada.



Casa Carmela no es el templo de la comida mexicana que me había figurado, pero sus precios no son astronómicos, su atmósfera es amigable y alegre, y estoy persuadido de que, explorando más cuidadosamente el menú, me encontraré sorpresas más agradables que el poco lucido mole verde, al cual atribuyo las tres lenguas, que le doy en esta ocasión.