Ubicado en la ruta 6, 8-52 zona 4, teléfono 23601615 (así dice la factura)
La zona 4 me parece de las más curiosas de la ciudad. En los '70, el edificio el Triángulo, el Edificio Centroamericano, Torrecafé, el Banco Industrial, el edificio de la Cámara de Industria, eran los símbolos del poder financiero y de los servicios de profesionales codiciados. Hoy, todavía están ahí, un poco decrépitos tal vez, rodeados de barras show, bares bohemios, otros más bares que bohemios, ventas de repuestos y casas de curiosa arquitectura. A ciertas horas de la noche, la pequeña zona 4 se puede tornar en un lugar bastante sórdido.
En la calle Mariscal Serapio Cruz (conocido en sus tiempos como Tata Lapo) se encuentra la que es sin duda la más curiosa de todas las construcciones: la iglesia de Yurrita. Justo a un costado, hay un portón que permite la entrada al restaurante Casa Yurrita.
Como Louis Charpentier en la Catedral de Charters, yo buscaba en la arquitectura de la Casa Yurrita símbolos de los templarios, marcas de masonería, alegorías del Santo Grial y del Arca de la Alianza. Por supuesto, no encontré ninguna. Bueno, hay unas estrellas de David, y una de ocho puntas en la entrada, pero parecen meramente decorativas. Tal vez en la iglesia encuentre cosas más curiosas, pero el restaurante, tiene más bien una decoración evocadora y nostálgica, sin morbo de ocultismo.
Escogí una mesa y me llevaron de bocadillo de cortesía una cucharadita de tabule. Trigo triturado con un toque agrio, un poco de tomate y, creo, pepino, galvanizado con algo de curry. Apropiado para excitar el paladar. Mi entrada fue un magnífico paté de Campagne.
El paté era un aglomerado de hígado de pollo y alguna carne de marrano, aromatizada con perejil y una combinación de especies orientales, tal vez Garam Marsala. Estaba acompañado de una cucharadita de mostaza dijon, unas cebollas caramelizadas con un fuerte aroma a rosa de jamaica y una ensaladilla de tomates cherry, lechuga y cebolla morada. Completaban el plato tres largos panes tostados con algo de aceite y ajo. Una verdadera delicia, a un precio bastante razonable (Q55). Con esto y una sopa, creo que se puede tener un almuerzo apropiado.
Mi plato fuerte fue una pechuga de pato con salsa de rosa de jamaica, por recomendación de un amable comentarista de la Papila. El pato estaba excelente. Adecuadamente envuelto en la salsa, que tenía el equilibrio justo de acidez y dulzura, y una densidad perfecta, que no la hacía ni muy pesada ni muy ligera, la pechuga mostraba las distintas texturas y composiciones de esta extraordinaria ave. El acompañamiento consistió en unas papas fritas en cubos, con un agradable aroma a ajo y un perfecto punto de cocimiento, dos arvejas chinas crocantes y de intenso color, y una zanahoria moldeada, vieja y aguada, mácula estridente del plato.
También probé el filete de dorado con pesto de cilantro. No me convenció para nada. Un pescado que no es particularmente delicado, estaba bien cocinado, pero bañado en un pesto sin complejidad, de aroma bruscamente verde, y prácticamente sin sal. Estaba acompañado por unas bolitas de papa con perejil y unas verduras ralladas. A todo le faltaba sal, a mi gusto. Lo más gracioso fue que el salero era un cubito de vidrio con capacidad para únicamente media cucharadita de sal, que se me acabó a la primera sacudida.
Mi postre fue un plato llamado "degustación de postres". Un plato que vale mucho la pena. Incluye un mousse de chocolate, de intenso carácter, excelentemente bien preparado, una pera confitada, delicada y crocante, una torrecita de fresas y chocolate blanco y una isla flotante.
La torrecita era una construcción que resultaba en un verdadero tesoro. Fresas frescas y de óptima calidad, engullidas en una pasta de chocolate blanco. Por supuesto, yo la llamo torrecita, en ignorancia total de su nombre verdadero, que simplemente no escuché bien.
La isla flotante, esa sí la escuché bien. Era una copa más grande que los otros postres, con una como natilla, a base de huevo y crema, si no estoy mal, y por encima un turrón ligero, coronada por una filigrana de caramelo que se extendía por la mitad del plato como un velo dorado. El resultado, muy presentable, me pareció, sin embargo poco exitoso. La pasta estaba pesada e insípida (tal vez totalmente arrollada por la intensidad de los otros postres). El turrón, pues no estaba mal, pero la filigrana estaba afilada y dura, lo que fácilmente puede lastimar el paladar.
El servicio se suma a lo positivo de mi experiencia. Una atención muy cordial y puntual. En balance, el pato, tres de los cuatro postres, y el paté, ¡sobre todo el paté! fueron francamente sensacionales. El pescado y la isla flotante, no fueron de mi gusto. ¡Lo que menos me gustó fue que me cobraran Q20 por una botella de agua! Calificación, cuatro lenguas :P :P :P :P