jueves, 29 de abril de 2010

Equis Restaurante

Ubicado en Plaza Fontabella

En un esfuerzo por convencerme a mí mismo de que me puedo llenar con poca comida, un día alrededor de las 6pm me dirigí a Equis Restaurante buscando algo para cenar. El truco era no esperar a que me diera tanta hambre, por lo que comer temprano era parte del plan. Al llegar al restaurante y preguntar sobre el servicio, los meseros cordialmente me indicaron que no habría más que postres y entradas hasta dentro de 20 minutos.

Bueno, esa parte del plan había fallado. No me quedó otra que rondar las vitrinas del centro comercial hasta que dieran las siete para estar seguro de disfrutar del servicio completo. Irónicamente, cuando al fin regresé y me situé en una mesa, el menú me indujo a pedir tres entradas por sobre cualquier plato fuerte.

Resulta que, como en principio desconfío de los restaurantes que están decorados con vocación minimalista, he aprendido la lección de que los platos fuertes tienen precios bastante más altos que las entradas, pero éstas los rebasan en creatividad y exquisitez.

Como bocadillo de cortesía me sirvieron una cucharita con pescado con salsa soya. Muy interesante y provocadora combinación de cubitos que se puede comer de un sólo bocado para anticipar la influencia oriental del resto de los platillos.

Me decidí por tres entradas: unos ravioles de güisquil con mantequilla de alcaparras, un tempura de mariscos y un plato variado de brochetas. Mi postre fue un sticky toffee y mi bebida una sangría que se me antojó infantil, tirando a frutipunch.

Los ravioles eran cuatro discos salpicados con alcaparras y bañados en una ligera salsa con aroma de mantequilla, que al ser cortados revelaban el curioso rallado de güisquil. De un verde pálido, el color del relleno tal vez no contrastaba lo suficiente con la pasta, pero formaba una composición interesante de efecto ligero para el estómago. La insoportable levedad del güisquil se transforma así en un interesante bocadillo, más satisfactorio de lo que uno pudiera pensar.

El plato variado de brochetas decía ser para dos personas, lo que me pareció un injusto prejuicio a la vez que válida advertencia. Eran cuatro pares de pinchos de colores y aromas estimulantes que reposaban en un aséptico plato blanco. Un par era de pollo en salsa satay, con vocación picante y delicioso gusto a maní, aunque algo más espesa me hubiera dado mejor impresión.

Otros dos eran de lomito en salsa de ostras y un tercer par era de pescado en salsa de cilantro. Ambas creaciones aromáticas y entretenidas, cocinadas en un punto inmejorable y acompañadas cada una de la salsa que resultaba en buen maridaje.

La más destacada de las brochetas, a mi gusto, fueron las que consistían en rollitos de camarón con salsa de lychee. La salsa era más interesante y llamativa que las demás, y el rollito también tenía una textura más compleja, que mezclaba lo crocante del dorado exterior con el relleno más tierno de la carne de camarón. Más francamente dulce que el resto de salsas, la rojiza salsa de lychee me pareció el toque perfecto para balancear la combinación de los cuatro pinchos.

Mi tercera entrada fue una tempura de cangrejo con salsa de chipotle. La tempura tiene también esas texturas interesantes que combinan tan bien con el aroma de los mariscos, en este caso, camarón y cangrejo. Y este plato hubiera sido muy bueno de no ser por la salsa, que me pareció apática y desganada, sin el vigor y agresividad que me esperaba del chipotle. También me resultó gracioso que sólo sirvieran la mitad de un cangrejo de caparazón suave.

El postre, un sticky tofee, prometía ser acogedor y envolvente, pero a mi criterio, le faltaba aroma y la textura pudo haber sido más suave y menos arenosa.

En balance, Equis me ofreció entradas muy convincentes, que me animan a regresar para probar los platos fuertes para ver si éstos superan a las entradas. Calificación: cuatro lenguas :P :P :P :P


martes, 27 de abril de 2010

Dos Comidas en Petén

Hotel Maya Internacional, Santa Elena, Flores, Petén

Restaurante Bar La Luna, Calle 30 de Junio, Flores Petén, teléfono 7867 5443

La bruma y el calor de esta época hacen que sintamos un poquito del Petén dondequiera que estemos. Irónicamente, ahora que fui a Petén, hubo una onda de aire frío que más me hacía sentir en el altiplano que la gran planicie tórrida del norte.

Dos comidas llamaron mi atención. No comí nada exótico, pues no sé reconocer las especies protegidas de las consumibles, pero pude probar dos interesantes propuestas en los lugares apuntados arriba.

La primera de ellas fue un plato de spaghetti con salsa de aguacate. En el restaurante del hotel Maya Internacional, con una cautivante vista al lago y una brisa reconfortante, pedí este plato, que presenta unos sencillos fideos coronados con una cremosa salsa color verde claro, que captura las notas del aguacate con una fuerte presencia de ajo. Acompañado de una decente sangría, me sentí satisfecho de haber probado una composición atrevida y provocadora.

En el Restaurante La Luna tuve que resignarme con una bebida de rosa de jamaica porque no sirven sangrías. La isla de Flores ha cambiado mucho desde la última vez que la visité. Se puede ver más colorida y vivaz. La Luna, que se encuentra en esa renovada isla, tiene un carácter bastante pintoresco a la vez que original. Su construcción de madera, sus techos altos y su fusión de elementos decorativos tropicales y exóticos, son deliciosamente magnéticos.

No resisto comentar que, junto con los colegas que me acompañaban, escogimos una mesona de soberbia madera sólida, al lado de una más pequeña ocupada por dos extranjeros que bien hubieran podido pasar por George Carlin y Darío Fo.

Examinando el menú encontré varios platillos interesantes, pero en un esfuerzo por probar algo propio del lugar, pedí un pescado blanco a la plancha. Esa fue la misma elección de la mayoría de mis acompañantes, lo que resulto en una tardada respuesta de la cocina. Afortunadamente nos llevaron un par de platitos con chorizo, copetín y queso en resarcimiento de la larga espera.

Pedí mi pescado menos cocido que el de los demás, y tuve suerte en haberlo hecho pues casi se había pasado del punto. Como lo hago con todos los pescados, empecé a comerlo desde los ojos y el interior de la cabeza, que revelaban una gelatina de convincente frescura. El resto del pescado no estaba mal, pero debo admitir que el pescado blanco, que dicen es originario del lago Petén Itzá, no me pareció una especie particularmente sabrosa. Las guarniciones eran una ensalada de lechuga y tomate con una aromática vinagreta de, si no recuerdo mal, orégano, y arroz precocido. Me disculparán, pero soy incapaz de tenerle aprecio al arroz precocido.

Mi postre consistió en helado de vainilla con salsa caliente de moras. Una composición muy seductora, aunque no muy sofisticada, que me quitó el mal sabor del arroz. En un plato plano se presentan las moras cocidas con azúcar cerrando el paso de una bola de helado de vainilla, el más sensual de los helados. La textura explosiva, con la resistencia que ofrecen las semillitas de esta fruta, a una temperatura que contrasta estimulantemente con el helado, y su vocación ácida que no renuncia a los toques amargos, me dejó un buen sabor para terminar la velada.

Me pregunto cuándo podré volver y comerme una iguana que no sea de una especie protegida. Por una cocina que va en la dirección correcta, a estos platillos les doy con gusto tres lenguas y media :P :P :P :p

sábado, 17 de abril de 2010

Restaurante Mongolia BBQ

Ubicado en la Avenida Las Américas 2-50 zona 13

La noche le imprime a ciertos lugares una atmósfera de suspenso, de misterio y de extraña sensación de anonimato y privacidad. Así me sentí cuando ingresé al parqueo de Mongolia BBQ un sábado.

La media luz del área de las mesas y la luz fluorescente de la sección del bufé proyectaban sombras sobre los rostros de meseros y comensales, como personajes de una cinematografía de Gordon Willis... como esa escena de El Padrino en la que Luca Brasi entra al bar a entrevistarse con Bruno Tataglia.

A la izquierda está la barra de ensaladas, con una compacta selección de ingredientes dramáticamente convencionales, seguida de un enfriador donde aguardan unos postres que parecen sacados de The Rocky Horror Picture Show, y al fondo, los ingredientes para la barbacoa. A la derecha, justo en la entrada al área de las mesas, está la gigantesca plancha, que parece más bien una parlama, encerrada en una jaula octogonal de vidrio, donde reposa esperando la comida cruda y fresca que le traerán los clientes.

Un poco confundido sobre cómo funcionaba el sistema, pedí la asistencia de un mesero. Después de su explicación, creo que entendí bien: debo tomar un plato hondo, servirme la carne finamente cortada de res, cordero o cerdo (parece que también ponen pollo, pero esa noche no lo había), seguido de la selección de vegetales, y por último, completar el plato con una media docena de opciones de salsas.

Sin poder superar la impresión surrealista que me dio el lugar, procedí a tomar mi plato, llenarlo a medias con carne de cordero (¿será eso lo que comen los mongoles?) y seguí con los vegetales: berro, canchón, tomates, cebollín picado, cilantro, retoño de soya. Todo aceptablemente fresco y evidentemente saludable. De las salsas, había desde jarabe de azúcar con piña hasta salsa de soya. Recuerdo que me serví de estas dos, más una medida de salsa de ajo.

Llevé el alimento a la jaula de la parlama, donde un cocinero sonriente lo recibió y me dio un numero para poner en mi mesa. Caminé hacia la mesa, sintiendo cómo la luz fluorescente cambiaba por incandescente, discreta, que ilumina con intimidad los tres niveles de distribución de las mesas. Al sentarme me sirvieron un consomé como bocadillo de cortesía. Sin mucho carácter, el consomé se me hizo poco, lo que me motivó a servirme ensalada mientras se cocinaba mi comida.

Como mencionaba, las opciones de ensalada eran convencionales: lechuga, tomates y cebollas, acompañadas de dos opciones de aderezo: vinagreta y mil islas. Junto al bar de ensaladas había arroz frito y si no recuerdo mal, unos fideos también. Nada que valiera la pena.

Regresé a mi mesa, comí la ensalada con unos panecillos rancios, y finalmente me llevaron mi plato de "barbacoa". No me puedo quejar. Era probablemente la comida más saludable que había tenido en un buen tiempo, sin grasa saturada, ni químicos, ni glutamato monosódico. Un sabor aceptable con la influencia verde de cebollín, canchón, cilantro y berro. Debería ingeniármelas para poder comer así todos los días.
Del enfriador de postres saqué piña y sandía gloriosamente frescas y dulces. Evité el pie y la gelatina que parecían inspirados en ciencia ficción. Salí del restaurante sintiéndome ligero y liviano, advertido de que en los lugares más misteriosos se puede encontrar una extraña paz.

Tuve varias decepciones en este restaurante: el arroz, la sopa, el té frío, los panecillos rancios...pero a un precio razonable, conseguí limpiar mi conciencia alimentándome con frutas y verduras, como dicen en la tele que debemos hacer, ¿merece esto que me comporte condescendiente? Estoy seguro que los comensales que, se dice, abarrotan este lugar los domingos a medio día, no son casualidad. Calificación: tres lenguas :P :P :P