La zona 4 me parece de las más curiosas de la ciudad. En los '70, el edificio el Triángulo, el Edificio Centroamericano, Torrecafé, el Banco Industrial, el edificio de la Cámara de Industria, eran los símbolos del poder financiero y de los servicios de profesionales codiciados. Hoy, todavía están ahí, un poco decrépitos tal vez, rodeados de barras show, bares bohemios, otros más bares que bohemios, ventas de repuestos y casas de curiosa arquitectura. A ciertas horas de la noche, la pequeña zona 4 se puede tornar en un lugar bastante sórdido.
En la calle Mariscal Serapio Cruz (conocido en sus tiempos como Tata Lapo) se encuentra la que es sin duda la más curiosa de todas las construcciones: la iglesia de Yurrita. Justo a un costado, hay un portón que permite la entrada al restaurante Casa Yurrita.
Como Louis Charpentier en la Catedral de Charters, yo buscaba en la arquitectura de la Casa Yurrita símbolos de los templarios, marcas de masonería, alegorías del Santo Grial y del Arca de la Alianza. Por supuesto, no encontré ninguna. Bueno, hay unas estrellas de David, y una de ocho puntas en la entrada, pero parecen meramente decorativas. Tal vez en la iglesia encuentre cosas más curiosas, pero el restaurante, tiene más bien una decoración evocadora y nostálgica, sin morbo de ocultismo.
Escogí una mesa y me llevaron de bocadillo de cortesía una cucharadita de tabule. Trigo triturado con un toque agrio, un poco de tomate y, creo, pepino, galvanizado con algo de curry. Apropiado para excitar el paladar. Mi entrada fue un magnífico paté de Campagne.
El paté era un aglomerado de hígado de pollo y alguna carne de marrano, aromatizada con perejil y una combinación de especies orientales, tal vez Garam Marsala. Estaba acompañado de una cucharadita de mostaza dijon, unas cebollas caramelizadas con un fuerte aroma a rosa de jamaica y una ensaladilla de tomates cherry, lechuga y cebolla morada. Completaban el plato tres largos panes tostados con algo de aceite y ajo. Una verdadera delicia, a un precio bastante razonable (Q55). Con esto y una sopa, creo que se puede tener un almuerzo apropiado.
Mi plato fuerte fue una pechuga de pato con salsa de rosa de jamaica, por recomendación de un amable comentarista de la Papila. El pato estaba excelente. Adecuadamente envuelto en la salsa, que tenía el equilibrio justo de acidez y dulzura, y una densidad perfecta, que no la hacía ni muy pesada ni muy ligera, la pechuga mostraba las distintas texturas y composiciones de esta extraordinaria ave. El acompañamiento consistió en unas papas fritas en cubos, con un agradable aroma a ajo y un perfecto punto de cocimiento, dos arvejas chinas crocantes y de intenso color, y una zanahoria moldeada, vieja y aguada, mácula estridente del plato.
También probé el filete de dorado con pesto de cilantro. No me convenció para nada. Un pescado que no es particularmente delicado, estaba bien cocinado, pero bañado en un pesto sin complejidad, de aroma bruscamente verde, y prácticamente sin sal. Estaba acompañado por unas bolitas de papa con perejil y unas verduras ralladas. A todo le faltaba sal, a mi gusto. Lo más gracioso fue que el salero era un cubito de vidrio con capacidad para únicamente media cucharadita de sal, que se me acabó a la primera sacudida.
Mi postre fue un plato llamado "degustación de postres". Un plato que vale mucho la pena. Incluye un mousse de chocolate, de intenso carácter, excelentemente bien preparado, una pera confitada, delicada y crocante, una torrecita de fresas y chocolate blanco y una isla flotante.
La torrecita era una construcción que resultaba en un verdadero tesoro. Fresas frescas y de óptima calidad, engullidas en una pasta de chocolate blanco. Por supuesto, yo la llamo torrecita, en ignorancia total de su nombre verdadero, que simplemente no escuché bien.
La isla flotante, esa sí la escuché bien. Era una copa más grande que los otros postres, con una como natilla, a base de huevo y crema, si no estoy mal, y por encima un turrón ligero, coronada por una filigrana de caramelo que se extendía por la mitad del plato como un velo dorado. El resultado, muy presentable, me pareció, sin embargo poco exitoso. La pasta estaba pesada e insípida (tal vez totalmente arrollada por la intensidad de los otros postres). El turrón, pues no estaba mal, pero la filigrana estaba afilada y dura, lo que fácilmente puede lastimar el paladar.
El servicio se suma a lo positivo de mi experiencia. Una atención muy cordial y puntual. En balance, el pato, tres de los cuatro postres, y el paté, ¡sobre todo el paté! fueron francamente sensacionales. El pescado y la isla flotante, no fueron de mi gusto. ¡Lo que menos me gustó fue que me cobraran Q20 por una botella de agua! Calificación, cuatro lenguas :P :P :P :P
El día de hoy 09-04-10 llevé a desayunar a mi abuelita debido a su cumpleaños no. 82, ya que era ahijada de un Yurrita, hermano del dueño original de ésta muy linda casa e iglesia. Ella la pasó muy bien recordando la vida con esta familia. La comida no fue extraordinaria, sobre todo que sólo ofrecen un plato para el desayuno. El servicio fue aceptable. Sin embargo, al salir, quisimos visitar la iglesia y preguntamos si podíamos dejar el auto en el parqueo del restaurante y el guardia nos indicó que "regañaban" y que mejor parquearamos el carro enfrente de la iglesia. No hubiera habido problema si no hubiese habido una comunión en la iglesia, lo que significaba poco o ningún parqueo. Se lo hice ver al sr. y me dijo que probara a hablar con el encargado del restaurante, el sr. Arturo. Esta persona al comentarle nuestras intenciones me indicó que el dueño se molestaba si se dejaba el carro en el parqueo. Le expliqué la ilusión de mi abuelita de visitar la iglesia, me indicó que no se podía de una manera muy cortante. Pregunté si podía hablar con el dueño para ver si nos permitía unos minutos más en el parqueo y me dijo que no podía hablarle ya que para eso estaba el. Me pareció una falta de cortesía al cliente y opté por ir a ver si encontraba algún parqueo. Lógicamente estaba lleno, pero logré un espacio. Me aseguraron que no me pondrían un carro atrás, ya que saldríamos rápido. Nuestra sorpresa fue que al salir después de unos minutos ya teníamos atrás un carro y el que cuida nos indicó que ahora teníamos que esperar que acabara la misa y que le teníamos que pagar Q10 por parquearnos en la calle. No es el dinero sino la forma que operan esta gente. En fin mi mamá se molestó mucho y se armó un lío y éstas personas entraron a llamar al dueño del vehículo y así logramos salir. Realmente fue una pésima experiencia y definitivamente no nos quedaron ganas de regresar a un lugar con tan poca cortesía al cliente. Por dicha mi abuelita estaba tan feliz de ver el lugar que formó parte de su adolescencia y estuvo prácticamente ajena al problema. Fantina Guillermo fantina@hotmail.com
ResponderEliminarSeñora Guillermo, muchas gracias por compartirnos su experiencia. Eso de los parqueos está tan mal organizado...no sabía que servían desayunos allí
ResponderEliminarEn el remate de las ventanas que dan a la calle hay estrellas de cinco puntas con dos hacia arriba. Tal vez de ahí viene el mito de que su fundador, Felipe de Yurrita, tenía pacto con Satán. Más, creo, se origina por el estilo neogoticoide de la estructura. Sin embargo, es cierto, a las 22:00 horas se siente que el Hombre Lobo (edecán), Frankenstein (chef) y Drácula (gerente), junto con el Jorobado de Nuestra Señora (servicio de mesas), saldrán para atender a los comensales. Oh! Sería magnífica una cena de Halloween ahí, con mucho pastel de calabaza...
ResponderEliminarYa en serio, salí satisfecho del restaurante, muy buen servicio, ambiente único y espectacular (falta afinar la decoración) y los platillos son exquisitos. La felcito por su excelente blog.
Lamento haber confundido su género, debió decir. Lo felicito... Mis excusas...
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