Ubicado en el Centro Comercial Fontabella, local 8C
Vagando el otro día en Fontabella, decidí visitar este restaurante de nombre curioso. El menú cuenta la historia de alguna virgen en España, de la cual se inspira el nombre del restaurante, de allí lo inusual. El lugar, que parece muy compacto, realmente tiene varios ambientes que van desde el que evoca un café de jardín en el primer nivel, hasta el de un balcón en el segundo nivel. Los muebles son de madera rústica y lazo, y lamentablemente, súper incómodos.
Lo bueno es que la comida ayuda a compensar esa incomodidad. Una variedad interesante y una lista de tapas despertaron mi curiosidad lo suficiente para olvidarme de la incomodidad de la silla; también unas cervezas ayudaron un poco. No me dieron bocadillo de cortesía, lo que no es un punto a favor. Pero de entrada pedí una tapa que me dejó muy bien impresionado. Fueron unos canelones de mariscos gratinados con bechamel y queso. El relleno era muy ingenioso: algo así como calamares molidos, tal vez pulpo también, en un aceite aromático, todo eso metido en un grueso canelón ahogado en la maternal bechamel.
Buscando en el menú un plato fuerte encontré una maravilla: estofado de rabo de toro. El "rabo", que lo llaman de buey, de toro, de res, etc., dependiendo del relacionista público del que se trate (quien diseñó el menú, quiero decir...), es un plato inusual en un restaurante, tal vez una arriesgada apuesta. A diferencia del "ossobuco" que es más sofisticado y comercial, el rabo, si bien es más barato, no sólo es difícil de cocinar, por su dureza y aceitocidad, sino es bastante más difícil de comer, por su estructura ósea como de alas de mariposa y el empedernido cartílago al final de cada vértebra, que es delicioso pero poco accesible. Por ello, creo yo, el rabo es más bien una comida casera o de comedor de mercado, imposible de comer con refinamiento en un lugar lujoso. En medio de mi admiración por incluir un plato así, no pude resistirme y lo ordené como comida principal.
Me lo sirvieron guarnecido de arroz y vegetales. Los tres trozos de rabo estaban magníficamente presentados en un plato de barro, caliente como es debido, para conservar la alta temperatura, indispensable para una comida así de sustanciosa. La salsa del rabo era maravillosa: sin pretensiones, muy auténtica, sustanciosa y de intenso sabor. El rabo tenía su usual consistencia cuasi-gelatinosa, que infunde vida y energía con cada mordida. El arroz y los vegetales no estaban mal, pero palidecían dramáticamente ante el suculento rabo.
Lleno de vigor y vitalidad, después de darle fin hasta el último rincón gelatinoso del rabo, pregunté sobre la selección de postres: nada interesante. Pedí entonces la cuenta. Por dos platos muy bien compuestos, un servicio a la altura, a pesar de la incomodidad de sus sillas, a Tasca, el Rocío, le otorgo cuatro lenguas :P :P :P :P
muy buen lugar, no muy recurrido talvez por el punto, pero muy tranquilo, cosa que disfruto mucho, pues pedi de entrada algo q no recuerdo, pero recierdo que si lo disfrute, jaja de platillo fuerte fue costillas de corderito, y vaya que corderito!! que pequeñas!! pero el sabor lo valio, un sabor a asado delicioso, que me hizo saborear hasta el mero hueso,acompañado por una ensalada muy buena, todo fresco, a no ser por una zanahoria q se miraba blanca y seca de antiguedad, de ahi muy buena, lastima que los que atienden no se mueven, pues me incomoda que se queden parados viendolo comer a uno, pero de ahi muy buen lugar, ademas pedi en el balcon, que bien estuvo todo.
ResponderEliminarAhh, el cordero, excelente elección!
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